viernes, 17 de junio de 2011

Todos eran mis hijos (1947)

Autoría: Arthur Miller; Lugar y fecha: Teatro Coliseo, Lomas de Zamora, 27-05-11. Elenco: Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban Meloni; Vanesa González, Federico D`Elia, Antonio Ugo, Marina Bellati, Adriana Ferrer, Mauro Antón; Reemplazos: Sabrina Gómez y Martín Henderson; Dirección: Claudio Tolcachir.

Una obra de la que es necesario hablar, porque es necesario decir.

Antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, las consecuencias por las que atravesaron las naciones involucradas en ella, han sido considerables. De nuestro interés resultará el ubicarnos en un contexto postbélico, en el cual la guerra ha dejado huellas imborrables, ausencias insoslayables y beneficios impostergables.

El origen del american dream puede remontarse a los años de esclavitud en los Estados Unidos. Con el advenimiento de las guerras civiles, ocurridas en su mayoría en los estados del sur, el interés del blanco por dominar la tierra y la población, cobra tal importancia que poco queda del paraíso terrenal que caracteriza al idilio del hombre blanco en las novelas de Faulkner. La guerra es una circunstancia que revitaliza el potencial anhelo de dominio por parte del americano. Para estos relatos, autores como Faulkner y Miller, adoptan distintos puntos de mira otorgando un sentido perspectivístico a la obra total: el demonio blanco y el ángel negro en Absalón Absalón configuran un oxímoron tan contundente como el jefe de familia Joe Keller y su hijo soldado en "Todos eran mis hijos", de Arthur Miller.

Ningún padre está dispuesto a postergar el "sueño americano" y la forma de mantenerlo conlleva vilezas que sólo la reflexión puede reconocer. La felicidad de Kate Keller, luciendo un vestido diferente en cada aparición; la confusión de Chris Keller entre el dolor por la pérdida de su hermano en guerra, el amor que siente por, Ann, la prometida del hermano y el deseo de independencia del padre, quien lo provee de todos los placeres económicos que puede -y gusta- darse y, por último, la burbuja de superficialidad que rodea al condado, configuran un universo enmarcado de una perfección que superordina al caos y a la justicia de Dios.

Solamente el silencio permite el correcto funcionamiento de las cosas y, cuando Geoge Deever -hijo de un socio traicionado por Keller-, ingresa en la obra, el orden se altera, puesto que las acusaciones que recaen sobre Keller, dan cuenta del incremento de su fortuna gracias a insumos para una guerra injusta, cuya existencia no pudo soportar su propio hijo.

Actuaciones convincentes. Vestuario cuidado y adecuado. Escenografía precisa y bien delimitados los espacios. Buena musicalización desde el comienzo de la obra e iluminación ubicada sobre los actores, revelando el sentido: lo que se muestra, es lo que puede decirse; lo que sucede off stage, es el caos, la justicia de Dios. Un error de cálculo sobre la posición de un micrófono al borde de una mesa, hacía que un actor golpeara el mismo, provocando un ruido molesto que no alteró las actuaciones ni la expectación.

Excelente manera de abordar un clásico.

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