viernes, 25 de enero de 2013

Expectativas: The great Gatsby

A menudo nos encontramos con el deseo de realizar cosas y no nos sentimos lo suficientemente preparados o, en el mejor de los casos, queremos hacer esas cosas pero ello no depende solamente de nosotros sino que, tal vez, haya todo un universo cinematográfico, por ejemplo, que esté trabajando en pos de un futuro y pronto estreno. Entonces, mientras esperamos ese film, hacemos otras cosas para ganar tiempo, para perfeccionarnos, para lo que sea que se relacione con la actividad suma. En cierta forma, algunas acciones son estructurantes u ordenadoras y le dan un sentido (en el mejor uso del término) a nuestra existencia.
¿Qué sucede cuando el estreno no llega? Escribimos sobre las expectativas y afines. 
The great Gatsby (1925), novela de Scott Fiztgerald, autor perteneciente a la denominada Generación Perdida, es un clásico de la literatura estadounidense. Nadie va a decir nada nuevo si mencionamos que dicho texto corresponde al período de la Jazz Age y que ilustra cabalmente el motivo del "sueño americano" en la industria cultural del norte. Sí, industria cultural, que a algunos les suena a insulto pero -hay que decirlo- que resulta ser la forma de abordar con ojo artístico y certero un momento o coyuntura nacional. De hecho, varias producciones de las primeras décadas del siglo XX tomarán las subas y bajas de la Bolsa como telón de fondo de un escenario heterotópico; o, también, los beneficios económicos de la industria bélica, el negocio de armas y uniformes como elemento propiciador y, al mismo tiempo, amenazante del triunfo de las familias. Desde ya, en estas producciones, los protagonistas, rodeados de fama, dinero, humo y amor, suelen encontrar la ruina tras el descubrimiento de un pasado atormentador previo al enriquecimiento súbito.
Una multitud de frases hechas resuenan en nuestras mentes: "Cuanto más te eleves, más bajo caerás", "Todo vuelve en esta vida" o "Cosecharás tu siembra" parecen ser, además de mecanismos lingüísticos de sabiduría popular, un híbrido entre orgullo y religión. Es esta la revancha de los que no ganaron la gloria, de los que esperamos the great thing, dear Gatsby.

viernes, 18 de enero de 2013

Casa rodante

"The home that one leaves is not the same as that to which one returns".
Georges Van Den Abbeele. Travel as metaphor. From Montaigne to Rousseau.
 
Suele considerarse que el viaje es crecimiento. En ocasiones, se escatiman los eufemismos para señalar que, cuando volvemos, somos otros. ¿Es posible ser uno al partir y otro al volver? ¿Es posible establecer el instante o momento del cambio, en términos de Joyce, la gran epifanía?
A menudo me encuentro desafiando la ley de la inmutabilidad espiritual y me propongo cambios. Viajes a sitios exóticos, (leves)exposiciones a lo que, en una ráfaga de verano, llamo la Naturaleza toda. Es el caso de, por ejemplo, campamentos agrestes en algún lugar del sur argentino, escaladas a cimas de cerros andinos altísimos en el mundo del Tahuantinsuyo o nados solitarios en ríos litorales. Sí, tengo algo de la "actitud Alexander Supertramp" -saben que me refiero a la experiencia, luego convertida en film por el director Sean Penn, del joven estadounidense Christopher MacCandless, quien se deslizó hacia las rutas salvajes de América del Norte.
Bueno, el caso es que estos últimos quince días, tuve la oportunidad de habitar una casa rodante. Cierto es que varias comodidades estaban dadas, puesto que dicha casa cuenta con baño eléctrico, aire acondicionado, heladera y microhondas. Sin embargo, el placer estaba en alejarse, es decir que, en lugar de utilizar la ducha y baño propios, nos dirigíamos a los del camping; en lugar de utilizar la batería de electrodomésticos del alegre y cómodo cubículo, tomábamos sombra bajo los árboles, comíamos al natural y armábamos un fuego para las comidas. Repito: el disfrute residía en complicar un poco las cosas, en tener que caminar para abastecerse, trabajar para poner en orden el espacio de hospedaje, organizarse para hacer difícil la insuficiente típica vida de vacaciones playeras.
Podría decir que la casa que uno deja -el oikos, lugar de residencia fija- es aquella a la que uno no quiere volver. Vivir en una casa rodante evidencia el propio uso del participio activo, que, entre otras cuestiones, destaca la no conclusión de la acción, esto es, el progreso indefinido.